Se negó el pedido de libertad al que sería el asesino serial más famoso de la historia argentina.
Era un joven de sólo 20 años cuando ingresó al penal; hoy con casi 60, es el preso más antiguo de la historia de nuestro país. Fue partir de la década del ’80 que, en algunas oportunidades, pidió la excarcelación, que siempre le fue negada con los mismos argumentos.
En marzo de este año cuando la abogada defensora, Patricia Colombo, elevó un nuevo pedido de excarcelación, “por agotamiento de pena”. La Justicia de San Isidro, sin embargo, decidió negarle la libertad al homicida, actualmente preso en la cárcel de Sierra Chica. El 31 de agosto, la Cámara de Justicia de San Isidro volvió a rechazar el mismo pedido, con el argumento de que el convicto “no muestra apego al trabajo ni al estudio”. Además descartó concederle la libertad condicional o el arresto domiciliario.
El escritor Osvaldo Soriano contó la biografía del asesino en “El Caso de Robledo Puch”para el mítico diario La Opinión, y el texto fue incorporado en su destacado libro “Artistas, Locos y Criminales”.
Carlos Eduardo Robledo Puch nació el 22 de enero de 1952, tuvo una infancia normal, sin complicaciones. Quienes lo conocieron sostienen que era un joven delgado y apuesto, tímido y correcto; es por esto que fueron muchos los que se sorprendieron con sus crímenes. Además destaca también por su excesiva inteligencia ya que habla más de tres idiomas y es muy hábil con el piano.
En la escuela, a los 15 años, conoció a su amigo y cómplice Jorge Antonio Ibáñez. “Una contestación irrespetuosa para su maestra lo lleva un día frente a la directora”, escribe Soriano. “Él suda muy frío, como le pasa siempre que alguien le impone una orden. De pronto siente que no puede más, que esa mujer le molesta. Toma una silla y la destroza contra la pared”. Tiempo después se lo acusó de robar $1500 por lo que abandonó definitivamente los estudios meses más tarde. En 1970, antes de cumplir los 18 años, abandonó también la casa de sus padres.
“Un día trazan el primer plan. Se trata de una joyería de menor importancia”. “No entienden demasiado y sacan cosas de poco valor. Detalles para corregir, piensa Robledo”. Después, el 3 de mayo de 1970, entraron a una casa de repuestos para autos, en Olivos. Robledo Puch mató de dos tiros al encargado, que dormía allí con su esposa. Ella recibió otros dos disparos, inmediatamente después, Ibáñez se abalanzó sobre ella y la violó, aunque la mujer no perdió la vida. El botín fue de $350.000. Ambos continuaron delinquiendo y, más adelante, conocieron a Héctor Somoza, que luego se uniría a la banda.
En junio del mismo año, Ibáñez violó a una joven de sólo 16 años. Andate, le gritó, pero cuando ella huía, le indicó a Robledo Puch, que estaba presente en el momento, que dispare. El asesino no dudó, y le lanzó 5 disparos. Tiempo después aplicaron la misma técnica con la aspirante a modelo Ana María Dinardo, pero ésta se defendió e Ibáñez no logró su objetivo. Esta vez Robledo Puch disparó 7 veces. “Antes de subir al auto, Robledo se detiene, mira el cadáver, toma puntería y le destroza una mano de un balazo. Ibáñez observa a su amigo, quizá con un estremecimiento de temor. Vuelven. Para Ibáñez sería la última aventura”, sostiene Osvaldo Soriano. Pues tan sólo un mes después, los dos cómplices sufrieron un accidente de tránsito en el que Ibáñez perdió la vida. Según rumores se trató de una estrategia del ángel para deshacerse de su antiguo compañero.
Continuó robando y asesinando con la ayuda de Somoza. Según afirma Soriano, en una ocasión, mientras robaban una agencia automotriz, “el sereno Juan Carlos Rosas dormía junto a una fosa del taller. Robledo se acercó a él por detrás de un coche. Tomó puntería y sostuvo su brazo derecho con la otra mano: Rosas no alcanzó a despertar”. El 3 de febrero de 1972, tuvieron una discusión en pleno robo. Robledo Puch acusó a su nuevo compañero de “traerle mala suerte”, sacó su arma y lo asesinó. Luego con un soplete le destruyó el rostro y las manos por completo, el objetivo: no ser identificado. Sin embargo, el macabro e inteligente asesino no tuvo en cuenta el detalle más obvio, es que olvidó sacar de los bolsillos de Héctor Somoza su cédula de identidad. “Ese día, el subcomisario Felipe Antonio D’Adamo lo detiene frente a su casa y le pone las esposas”, relata Soriano.
Los periódicos de la nación prácticamente se obsesionaron con el caso. Hasta el punto que Carlos Eduardo Robledo Puch fue ridiculizado y sobreexpuesto por los medios que destacaron constantemente su vida privada y su secreta homosexualidad. Además le pusieron apodos humillantes como “el monstruo”, “el muñeco maldito” o “el unisex”, entre otros.
El juicio duró poco. “Los médicos policiales revisan al acusado y existe la impresión de que su desequilibrio no le servirá para eludir la condena a cadena perpetua. Los especialistas esbozan explicaciones contradictorias”, dice el escritor, que luego agrega “ninguna de ellas sirve para determinar las causas que llevaron a un joven de 20 años a aniquilar por la espalda a quienes se cruzaban en su ansioso camino”. Fue condenado a cadena perpetua por diez homicidios calificados, un homicidio simple, una tentativa de homicidio, diecisiete robos y una violación, entre otros.
Osvaldo Soriano concluye su rela -en aquellos setentistas años- al afirmar que “la policía, que ha dedicado sus mayores esfuerzos a la detención de guerrilleros, a los que denomina “delincuentes políticos”, da la impresión de ser vulnerable frente a quien ni siquiera es un profesional, sino un psicópata”. Sara Lombino. (CTMG)
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